En los bosques densos y cargados de niebla de Java, Agung y Arip, dos amigos aventureros, tropezaron con una leyenda susurrada en tonos silenciosos por los lugareños: la aldea del sur de Meraung. Un lugar envuelto en misterio y miedo, se dijo que aquellos que se aventuraron demasiado cerca nunca regresaron lo mismo, si fue que regresaban.
Fue una noche crujiente cuando Agung, siempre el más atrevido del dúo, decidió explorar más profundamente en el bosque, intrigado por los cuentos de la aldea. Mientras el sol se sumergió debajo del horizonte, lanzando largas sombras que parecían estirarse y girarse en formas siniestras, Agung se encontró desesperadamente perdido. La espesa niebla lo envolvió, amortiguando los sonidos y distorsionando su sentido de dirección. El pánico comenzó a aparecer cuando se dio cuenta de que estaba realmente solo en el corazón de lo desconocido.
Mientras tanto, Arip, sintiendo que algo estaba mal, se propuso encontrar a su amigo. Armado con una linterna y un mapa que parecía cada vez más inútil en la oscuridad envolvente, Arip gritó el nombre de Agung, su voz tragada por el misterioso silencio del bosque. A medida que se aventuraba más, el aire se volvió más frío, y una sensación inquietante se arrastró por su columna vertebral: estaba siendo observado.
Pasaron las horas, y la búsqueda de Arip lo llevó a las afueras de la aldea del sur de Meraung. El pueblo era diferente a todo lo que había visto. Las casas, antiguas y en ruinas, permanecieron misteriosamente en silencio, con puertas que se trataban de invitar a los incaides a entrar. Las calles estaban desiertas, pero Arip no podía sacudir la sensación de ojos después de cada uno de sus movimientos.
De repente, un grito que se extiende sangre perforó la noche. ¡Era Agung! Arip corrió hacia el sonido, su corazón latía en su pecho. Encontró a Agung en el centro del pueblo, rodeado de figuras sombrías que parecían parpadear y desaparecer cuando Arip intentó concentrarse en ellas. Agung estaba temblando, con los ojos muy abiertos de terror.
"No me dejarán irme", susurró Agung, su voz apenas audible. "Quieren que me quede ... para siempre".
Arip, decidido a salvar a su amigo, agarró la mano de Agung y lo tiró hacia el borde del pueblo. Pero cuanto más corrieron, más parecía estirarse el pueblo, las casas se multiplicaban y giraban en formas grotescas. El aire se volvió grueso con el hedor de la descomposición, y los susurros llenaron sus oídos, burlándose de ellos, prometiendo un descanso eterno si solo se quedaran.
Justo cuando la esperanza comenzó a desvanecerse, Arip vio una luz parpadeante en la distancia, un faro de esperanza. Con toda su fuerza restante, corrieron hacia él, las sombras se arañaron hacia los talones. A medida que estallaron a través del límite de la aldea del sur de Meraung, la atmósfera opresiva se levantó y los susurros cesaron.
Jadeando y agotados, se derrumbaron a las afueras del pueblo, los primeros rayos de amanecer rompiendo los árboles. Habían escapado, pero la experiencia los dejó cambiar para siempre. El pueblo del sur de Meraung no era solo un lugar de leyenda; Era un lugar de terror inimaginable, y prometieron nunca volver a hablar de él, para que no los atraiga a su abrazo embrujado.